viernes, 27 de agosto de 2010

Los hombres castrados - I PARTE

“La naturaleza nos ha hecho a las mujeres absolutamente
incapaces de practicar el bien y las más hábiles urdidoras del mal.”
Eurípides, Medea


Últimamente he descubierto un fenómeno bastante interesante en el mundo masculino que es bastante preocupante: el miedo a las mujeres y al mundo femenino. He visto con asombro en mi sitio de trabajo, en la calle, con mis amigos, en todo lado hombres temerosos de las mujeres, que les tienen puro miedo y pánico a lo que ellas puedan decir, que creen que el mundo femenino es un algo totalmente diferente de ellos y que por ello hay que temerles, porque son demasiado seguras de sí mismas, porque tienen pretendientes a montón, porque reparan en la belleza física de nosotros los hombres, porque sus orgasmos son inalcanzables y simplemente nunca están satisfechas, que se burlan en secreto de los hombres por inútiles, que los regañan, que los hacen sentir mal, que los manipulan, que los engañan, que son infieles, que son mentirosas, etc.

Recuerdo a alguien tenerle tanto miedo a su jefe (que es una mujer) que decide nunca decirle que NO a nada para no desatar en ella la furia y que lo regañe. Y ese mismo hombre está muerto del miedo porque en su área la mayoría son mujeres que lo tienen amedrentado con su temperamento.
A eso me refiero cuando hablo de hombres castrados, que simbólicamente han perdido su masculinidad, su virilidad, y se han convertido en personas socialmente impotentes frente a las mujeres, que las consideran como seres peligrosos, vengativos, irascibles o simplemente inalcanzables, y que ceden de forma pusilánime a todas sus demandas, caprichos y que al comportarse así propician que estas mujeres les pierdan el respeto, abusen de ellos, se aprovechen de su posición (como jefa, esposa, novia, amiga) y los sometan, como una persona sometería a un perro. Eso crea un círculo vicioso de maltrato y una actitud perdedora, poco masculina en el hombre.
Y ojo, no estoy acá promoviendo comportamientos machistas, ni creo que el hombre debería estar por encima de la mujer. Simplemente este escrito busca que recuperes tu rol y que rescates un poco esa confianza, esa seguridad y ese respeto por ti mismo que debes tener y que todos los demás deben tener. Y me refiero a los casos específicos en los que los hombres están claramente en desventaja respecto a las mujeres de su entorno, bien sea porque las ponen en un pedestal por su belleza o por valor social o porque han sido amedrentados por mujeres caprichosas, demandantes, jefas abusivas o explosivas.
Es justamente el epígrafe de Medea, obra clásica de Eurípides, que encabeza este post el que ilustra lo que creen muchos hombres de la naturaleza femenina: una carga de belleza, exotismo, secreto, vanidad, maldad y manipulación. Revisando la literatura, la filosofía y la historia es posible rastrear desde antiguo el temor del hombre a la malignidad femenina. Recorre la imaginación humana como un fantasma y se plasma en todas las formas de arte. Revisando la psicología y el psicoanálisis encuentra uno las míticas diosas madre, de la que el resto de personales míticos femeninos proceden, encarnan misterios insondables. Su capacidad generadora de vida lleva implícita la muerte; su maternidad, en ocasiones puede llegar a tener una connotación dominante, avasalladora, siniestra. Todos al fin y al cabo venimos de una mujer, que es una encarnación simbólica de la madre naturaleza. Allí comenzó el miedo, nos dirá el psicoanálisis. Si bien la madre puede ser sabia, protectora y tierna, en ocasiones también parece inmensa, infinita, todo poderosa, agobiante. A los ojos del hombre la mujer siempre será amada y deseada y a la vez temida y odiada.
Aunque el miedo a las mujeres tenga algo de práctico y real sus bases son profundas, inconscientes, simbólicas en la mente de los hombres que se vuelven pusilánimes ante ellas, en la mente masculina que se deja castrar simbólicamente ante las mujeres que parecen apropiarse de su virilidad y tomar fuerza de ella. La mitología tiene relatos parecidos, es más, en un momento el hombre se siente superior a la naturaleza femenina y piensa en poder dominarla con su inteligencia, con su fuerza y se rebela, y no solo él, sino que trae consigo a dioses guerreros que se encargan de opacar a las diosas femeninas. Ellas, aunque aparentemente despojadas de su papel principal, siguieron plenas de sugestiones. Casi ocultas llevaban a cabo sus actos de manipulaciones. Adquieren en la mente inconsciente y simbólica del arte la forma de hechiceras, demonios súcubos, temidas brujas e incluso vampiresas. Ellas han impulsado el mundo desde hace tiempo, motivadas simultáneamente por sus caprichos y arrebatos despiadados, y actúan casi siempre movidas por intensas pasiones que las arrastran inevitablemente.
Las mujeres han dado cuerpo a lo incomprensible, por lo que le recuerdan constantemente al hombre que la naturaleza, la vida y el mundo no están bajo su control. Es por eso que jamás el hombre ha llegado a comprender plenamente a una mujer. Y siempre siente que hay algo en ella que no alcanza a prever ni descifrar, y a ese aspecto femenino le teme profundamente. Del mismo modo, a todo aquello que se le asemeja a ese comportamiento imprevisto, azaroso e instintivo, lo ha asociado a la mujer.
Este miedo tan antiguo llevó en épocas a que muchas mujeres fueran acusadas de brujas. En un principio, como herederas de las diosas, aparecen las hechiceras o sabias, que se transformarán eventualmente en brujas. También aparecerán en forma de súcubos, unos sugestivos demonios sexuales femeninos, antepasadas de las vampiresas, amantes de ultratumba, sedientas de sangre y de sexo. Todas ellas encarnan el antiguo miedo al incierto camino de la muerte, a la profanación de la sangre y a la impotencia sexual masculina. A las mujeres se les teme, por otra parte, porque atraviesan con facilidad el puente entre la vida y la muerte, porque pueden dar la vida. Pero sobre todo porque el poder que ejercen sobre la libido del hombre supera el control que éste tiene.
Y es tal el miedo que han despertado las mujeres en quienes solo esperan encontrar en ellas sumisión, fragilidad y delicadeza, que algunos llegaron a considerar que por su naturaleza la mujer estaba ligada a lo demoníaco y, de ese temor, surgió la imagen de la bruja. Dice Mario Praz en su obra “La muerte, la carne y el diablo”: “Siempre ha habido mujeres fatales en el mito y en la literatura porque mito y literatura no hacen más que reflejar fantásticamente aspectos de la vida real y la vida real ha ofrecido siempre ejemplos más o menos perfectos de femineidad prepotente y cruel.”
Hoy en día el miedo a femenino permanece, visto de formas concretas como el miedo a la esposa, a la mujer jefe, a la mujer bonita, etc. A los ojos masculinos la mujer siempre va a encarnar aquello que no se puede controlar ni comprender por completo. Sus comportamientos, intenciones, actitudes y sentimientos siempre escaparán a la estructura racional con la que el hombre pretende sentirse estable.

continua...



Escrito por Álvaro Bonilla (1978) el lunes 26 de Julio de 2010
Psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana
Filósofo de la Pontificia Universidad Javeriana
Licensed MasterPractitioner PNL avalado por Richard Bandler, Life Coach,
Candidato a Master en Psicología del Consumidor de la Universidad Konrad Lorentz

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